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Curso de meditación: El desarrollo de la serenidad
miércoles, 14 enero 2015 - 20:00 a 21:30
75€Mi nombre en el mundo aparente es Javier. Nací en Blanes (Girona), un pequeño pueblo de la Costa Brava.
Hace unos cuarenta años mi hogar era una tierra hermosa. Pinares y encinas convivían junto con miles de plantas aromáticas y medicinales, el romero, la lavanda o la verbena entre tantas. El bosque mediterráneo se expandía por los montes precipitándose hasta las mismas playas de doradas arenas y cristalinas aguas. Las playas de Santa. Cristina, San Francisco, la Boadella y hasta las del propio centro del pueblo estaban rodeadas por arboledas de pinares.
El paseo marítimo era muy agradable para los sentidos. Desde el puerto caminabas hasta “Sa Palomera”, una enorme roca sagrada entre la tierra y el mar. El canto de las gaviotas, el estruendo de las olas contra las rocas, el rumor del mar en la arena, el aroma de pinos salados… todo ello hacía del paseo vespertino un viaje sanador, inspirador y maravilloso.
Bajo ese cielo soleado y entre los elementos fui creciendo, encendiendo fogatas, bañándome en el mar por las noches, trepando a las cabañas de los árboles. El mar, el sol y las montañas, fueron cómplices secretos de mi felicidad.
Pero como en tantos y tantos lugares hermosos de nuestra amada tierra, los políticos ambiciosos junto con los especuladores sin escrúpulos comenzaron a destruir toda aquella belleza natural. “Enriqueceremos al pueblo” decían, pero lo cierto es que el pueblo perdió toda su riqueza. La luz de las verdes montañas murió y nacieron las frías luces del asfalto, las carreteras, los absurdos coches deportivos, las fincas y playas privadas con sus rejas, urbanizaciones artificiales con chalets ostentosos al servicio de los nuevos ricos, etc. Ese voraz cambio destruyó la belleza y el espíritu de aquel pueblo costero con encanto que nunca podré olvidar.
Cuando destruimos nuestra tierra nos quedamos como huérfanos, sin pasión ni espíritu para continuar nuestro viaje.
Siendo un adolescente comencé a revelarme contra todo aquel sistema capitalista depredador que masacraba el paisaje natural y dañaba profundamente nuestras almas. Recuerdo las manifestaciones y protestas ecologistas y las marchas pacifistas anti OTAN y antinuclear que jamás fueron escuchadas.
Quería estudiar otras religiones especialmente las orientales. Practicaba el nudismo, el yoga y el vegetarianismo como formas de vida alternativas. Con apenas dieciocho años inicié mi viaje de búsqueda de la verdad. Mi primer amor espiritual fue la wicca. Recuerdo el primer libro verdaderamente pagano publicado en España; “Lo que hacen las brujas”. Era un libro de wicca Alexandrina del ya fallecido y reconocido en el arte Stewart Farrar. Ese fue mi primer contacto con la religión de la Diosa Madre y el Dios Astado, que ya nunca jamás me abandonarían.
Yo era un practicante wicca solitario cuando una poderosa experiencia interna transformó totalmente mi personalidad. Como si de una muerte y de un nuevo renacimiento se tratase, desde ese día el objetivo de mi vida fue el desarrollo espiritual.
Poco después encontré el budismo y su maravilloso conocimiento de la mente. Conocí algunos monjes y lamas tibetanos y decidí viajar a oriente para aprender más. A los veintiún años dejé mi trabajo en el ambulatorio y viajé al Nepal. Volví a los cuatro meses convencido de que el budismo podría darme las llaves para abrir las puertas internas de la felicidad. Tomé los votos de monje novicio y viajé a Suiza para estudiar en un monasterio tibetano. Durante cuatro años mantuve mis votos de monje, viajé varias veces a la India y el Nepal y finalmente, en mitad de un retiro de purificación, me di cuenta de que mi naturaleza alegre y desenfadada no encajaba demasiado con todo aquello. No conseguía sentirme en casa. Espiritualmente me sentía como un emigrante lejos de su tierra, la presencia de mis ancestros y mi espíritu libre no estaban allí. Así que dejé los votos de novicio y prescindí de las formas ortodoxas de la religión, tome su esencia y me dediqué más que nunca a la meditación.
Cuando tenía veintisiete años sucedió de nuevo algo muy especial para mí. Llevaba varios meses en retiro de meditación “Vipassana”. Mi práctica había sido muy fructífera, así que decidí dejar el retiro y celebrar a lo grande la noche de San Juan. El mismo día que dejé el retiro celebramos Alban Heruin. Me encontraba en Asturias la tierra de mi padre. Estábamos en plena naturaleza, en una poza, allí encendimos una enorme fogata. Me dedique a escanciar sidra durante toda la noche. Estábamos muy alegres, bebíamos, comíamos, bailábamos, cantábamos y saltábamos la hoguera como niños felices. Estuvimos festejando la luna mágica hasta el amanecer. El espíritu del bosque que había en mi se despertó aquella noche y fue entonces cuando decidí volver a mis orígenes paganos.
Poco después soñé con mi lama. En el sueño mi maestro señalaba con su dedo la dirección hacia un bosque. De su túnica azafrán salían pequeñas hadas que revoloteaban y se adentraban en la espesura de la arboleda. Yo las seguí corriendo tras ellas y en cierto momento, me encontré ante tres hombres imponentes vestidos con pieles. A primera vista me parecieron pastores, pero al mirarles a los ojos note que los tenían transparentes y relucientes como el cristal. Recuerdo perfectamente mis pensamientos en el sueño: ¡Pero si son druidas! me dije a mi mismo, y una profunda alegría me despertó.
Ese verano viaje al bosque de Brocelandia y allí entre los robles centenarios abracé al espíritu de Cernunnos. Aquel día volví al hogar de mis antepasados, aquel día regresé a la isla de Avalon, a esa casa del bosque que hay en el corazón. Al volver decidí formarme como druida en la Orden de Bardos, Vates y Druidas (OBOD). Desde entonces y hasta hoy sigo con mis dos senderos complementarios: la tradición celta y la meditación.